Les raisons du Momotombo
Séquier : Voyage dans l’Amérique du Sud.
Trouvant les tremblements de terre trop fréquents,
La montagne interrompt son crachement de lave,
Momotombo
El tren iba rodando sobre sus rieles. Era
en los días de mi dorada primavera
y era en mi Nicaragua natal.
De pronto, entre las copas de los árboles, vi
un cono gigantesco, "calvo y desnudo", y
lleno de antiguo orgullo triunfal.
Ya había yo leído a Hugo y la leyenda
que Squier le enseñó. Como una vasta tienda
vi aquel coloso negro ante el sol,
maravilloso de majestad. Padre viejo
que se duplica en el armonioso espejo
de un agua perla, esmeralda, col.
Agua de un vario verde y de un gris tan cambiante,
que discernir no deja su ópalo y su diamante,
a la vasta llama tropical.
Momotombo se alzaba lírico y soberano,
yo tenía quince años: ¡una estrella en la mano!
Y era en mi Nicaragua natal.
Ya estaba yo nutrido de Oviedo y de Gomara,
y mi alma florida soñaba historia rara,
fábula, cuento, romance, amor
de conquistas, victorias de caballeros bravos,
incas y sacerdotes, prisioneros y esclavos,
plumas y oro, audacia, esplendor.
Y llegué y vi en las nubes la prestigiosa testa
de aquel cono de siglos, de aquel volcán de gesta,
que era ante mí de revelación.
Señor de las alturas, emperador del agua,
a sus pies el divino lago de Managua,
con islas todas luz y canción.
¡Momotombo! -exclamé- ¡Oh nombre de epopeya!
Con razón Hugo el grande en tu onomatopeya
ritmo escuchó que es de eternidad.
Dijérase que fuese para las sombras dique,
desde que oyera el blanco la lengua del cacique
en sus discursos de libertad.
Padre de fuego y piedra, yo te pedí ese día
tu secreto de llamas, tu arcano de armonía,
la iniciación que podías dar;
por ti pensé en lo inmenso de Osas y Peliones,
en que arriba hay titanes en las constelaciones
y abajo dentro la tierra y el mar¡
Oh Momotombo ronco y sonoro! Te amo
porque a tu evocación vienen a mí otra vez,
obedeciendo a un íntimo reclamo
perfumes de mi infancia, brisas de mi niñez.
¡Los estandartes de la tarde y de la aurora!
Nunca los vi más bellos que alzados sobre ti,
toda zafir la cúpula sonora
sobre los triunfos de oro, de esmeralda y rubí.
Cuando las babilonias del Poniente
en purpúreas catástrofes hacia la inmensidad
rodaban tras la augusta soberbia de tu fuente
eras tú como el símbolo de la Serenidad.
En tu incesante hornalla vi la perpetua guerra,
en tu roca unidades que nunca acabarán.
Sentí en tus terremotos la brama de la tierra
y la inmortalidad de Pan.
¡Con un alma volcánica entré en la dura vida,
Aquilón y huracán sufrió mi corazón
y de mi mente mueven la cimera encendida
huracán y Aquilón!
Tu voz escuchó un día Cristóforo Colombo;
Hugo cantó tu gesta legendaria. Los dos
fueron como tú, enormes, Momotombo,
montañas habitadas por el fuego de Dios.
¡Hacia el misterio caen poetas y montañas;
y romperáse el cielo de cristal
cuando luchen sonando de Pan las siete cañas
y la trompeta del Juicio Final!
Rubén Darío
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